Un marido inventado by Julia Quinn

Un marido inventado by Julia Quinn

autor:Julia Quinn [Quinn, Julia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-05-29T16:00:00+00:00


* * *

¡Ay, por favor! ¡Ay, por favor! ¡Ay, por favor!

Cecilia bajó por la calle, rogando con toda su alma que el carro de la fruta siguiera en la esquina de Broad Street y Pearl, donde lo había visto esa mañana.

Había pensado que el asunto del baile del gobernador quedó resuelto dos días atrás, cuando no habían podido encontrar una costurera que ajustara un vestido a tiempo. Si no tenía vestido, no podía asistir. Tan simple como eso.

Pero entonces, aquel maldito hombre había tenido que ir y encontrar el vestido más bonito de la historia de los vestidos, y por Dios que deseaba llorar ante la injusticia de la situación, porque realmente quería ponerse ese vestido.

Sin embargo, no podía asistir al baile del gobernador. Simplemente no podía, y punto. Habría demasiadas personas. De ningún modo iba a poder restringir su mentira al pequeño círculo actual si la presentaban a la sociedad de Nueva York.

Cecilia se mordió el labio. Había algo que podía hacer, que garantizaría que no tuviera que asistir al baile del gobernador. Sería espantoso, pero estaba desesperada.

Estaba tan desesperada que estaba dispuesta a comerse una fresa.

Sabía qué pasaría si lo hacía. No sería nada bueno. Primero su piel se llenaría de manchas. Tantas, que el director del puerto declararía cuarentena de viruela si la viera. Y le picaría como un demonio. Aún tenía dos cicatrices en los brazos de la última vez que se había comido una fresa sin querer. Se había rascado hasta sangrar. No había podido evitarlo.

También tendría el estómago revuelto. Y como había comido mucho antes de que Edward llegara con el vestido, la descomposición sería de proporciones épicas.

Durante veinticuatro horas aproximadamente sería el sufrimiento personificado. Un desastre hinchado, irritado y nauseabundo. Y luego volvería a estar bien. Quizás un poco mareada durante unos días, pero se recuperaría. Y si Edward alguna vez la había considerado atractiva…

Bueno. Ella lo curaría de eso.

Corrió hacia la esquina de Pearl Street, buscando con la mirada a lo largo de la calle. El carro de la fruta seguía allí.

¡Gracias a Dios! Cecilia prácticamente corrió los últimos metros y se detuvo frente al carro del señor Hopchurch.

Objetivo para ese día: envenenarse.

¡Cielo santo!

—Buenas tardes —la saludó el hombre. Cecilia decidió que sus ojos no debían de parecer tan enloquecidos como se sentía, porque el hombre no se alejó atemorizado—. ¿Qué le puedo ofrecer?

Cecilia miró la mercancía. El día de venta ya llegaba a su fin, así que no era muy abundante. Algunos calabacines esmirriados, varias mazorcas de maíz que tan bien crecían por ahí. Y en una esquina, la fresa más grande, gorda y espantosamente roja que jamás había visto. Se preguntó por qué seguiría allí y nadie la habría comprado. ¿Acaso todos los clientes sospechaban lo que ella ya sabía? ¿Que la pirámide roja invertida y moteada no era otra cosa que una pequeña bomba de sufrimiento y desesperación?

Tragó saliva. Podía hacerlo.

—Esa fresa es muy grande —dijo, mirándola con aversión. Se le revolvió el estómago de solo mirarla.

—¡Por supuesto! —dijo el señor Hopchurch con entusiasmo—.



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